29/2/16

CRÓNICA DE UNA LENGUA ARREBATADA



CRÓNICA DE UNA LENGUA ARREBATADA Fulgencio Argüelles 
Había un almanaque de San Antonio colgado en la pared de la cocina en el que mi madre anotaba las barras de pan que le debía a la panadera, y había tenderos muy serios con mandilones azules que vendían todos los productos del mundo, y mieleros de rica miel y copleros con látigo y titiriteros dolientes, y había una radio en la que sonaban canciones tristes encargadas por enamorados sin nombre, y también había una bicicleta verde que no era para los veranos sino para que mi padre acudiera cada día a su trabajo en la mina, y había una escuela con mapas y crucifijos y con tinteros de porcelana, y el tiempo se alargaba hasta quedarse dormido enriba les talamberes. Y en este tiempo en el que nadie parecía envejecer había una lengua con la que aprendíamos a nombrar las cosas, una lengua que parecía nuestra porque explicaba como ninguna otra lo que nos pasaba por dentro y por fuera, una lengua abarrotada de palabras sonoras y cordiales, ásperas unas como la piedra caliza, suaves otras como la mantega que mazaba la güela, pero todas ciertas y nuestras.
Esa lengua era nuestra porque ya venía con nosotros cuando nacíamos y porque no sólo era la lengua de las palabras que pronunciábamos sino la lengua de los pensamientos que concebíamos y de los sueños que nos abrigaban, la lengua de la memoria de todos aquellos que nos habían precedido. Y así decíamos tá moyao, faime falta echar un pigazu, esti güesu tá duru de royer, esa moza entróme pelos güeyos, el perru llambióme les manes, téngolo na punta la llingua, va vagate o soleyóse nel corredor tola tarde. Y nos entendíamos bien y nos sentíamos bien y estábamos más cerca unos de los otros. Y un día fuimos a la escuela y un maestro que era gallego nos advirtió que no había más lengua que el castellano, que era el idioma del imperio y también el de los ángeles del cielo, y que no se permitiría en aquel templo de la sabiduría ninguna palabra popular, deforme, abyecta y vulgar que no perteneciera a la lengua universal de la nación elegida por Dios, que era la nuestra, y el maestro tenía una regla larga con la que nos medía las yemas de los dedos del alma cuando alguno pronunciábamos palabras como asgaya, emporfiáu, merucu, escalabrar, enxamás, taramingase, xingar ,no fondero o al altu la lleva.
Y sufríamos mucho, aunque ya no nos acordamos, porque de pronto era como si te dijeran que tu nombre ya no era tu nombre, que tu memoria estaba trastornada, que tu pasado estaba sucio y que para ser aceptado en el ámbito del destino universal tenías que volver a nacer. tenías que aprender a nombrar las cosas como mandaba Dios. Y poco a poco comprendimos que aquella lengua nuestra con la que habíamos aprendido a nombrarlo todo, lo de fuera y lo de dentro, acciones y sentimientos, pájaros y flores, cachivaches y sueños, que aquella lengua que habíamos utilizado para relacionarnos, de alguna manera (o de muchas maneras) estaba prohibida. España no hay más que una, gritaban aquellos maestros señalando con la vara en un mapa lleno de colores diversos. España no hay más que una y no precisa más que una lengua.
El olvido obligado de aquella lengua fue lento y costoso. Estaba yo ya en la Universidad, en el Madrid de las dictaduras agonizantes, y aún debía consultar el Diccionario del Castellano para saber si una palabra concreta pertenecía a la abyecta lengua prohibida o al idioma imperial de los ángeles. Y buscaba nial y pación y xabú y cucho y formigar, y había palabras que podía utilizar en mis escritos universitarios y había otras que tenía que olvidar. Fue en aquella Universidad de los descubrimientos donde me encontré con unas palabras de Suetonio Tranquilo que (en la lengua realmente imperial y madre de todas las lenguas, de la impuesta y de la prohibida) decían: In civitate libera lingua et mens liberae esse debent: En una tierra libre, lengua y mente deben ser libres. O también: Nun pueblu llibre, llingua y mente deben ser llibres. Ciertamente, en aquel pueblo mío de la memoria, naquel tiempu de les talamberes llargues y les bicicletes que nun yeren pal branu, nun había llibertá. Pero no sé si ahora la hay, al menos en todo cuanto se refiere a la nuesa llingua. No, no la hay, y tampoco hay dignidad, porque un pueblo que desprecia su memoria, un pueblo que reniega de sus palabras (y por lo tanto de la cultura y del pensamiento que guardan), un pueblo que no ensalza, protege, valora, defiende, estudia, agranda, y difunde su lengua no es un pueblo libre, no es un pueblo digno, sino un pueblo triste, resentido, soberbio, ignorante y muerto.
Hay quien piensa, desde su patética y estremecedora ignorancia, que las lenguas ocupan lugar y que unas a otras se pueden estorbar. Ellos no saben (qué van a saber) que la lengua (cualquier lengua) es sabiduría y que la sabiduría siempre suma o multiplica y que no ocupa lugar. Atender a nuestra lengua, protegerla, estudiarla y defenderla responde al compromiso ineludible del ser humano con su memoria, con sus antepasados, con lo que cada uno en definitiva es. Pero puedo entender la pereza, comprender la dificultad del estudio, del cuidado, de la resurrección. Mas lo que no puedo entender es la oposición, la negación, el empeño por anular, por denigrar, por hacer desaparecer. No puedo entenderlo si no es desde la malévola ignorancia, desde la depravación cultural o desde la mala fe. Y algunos, incluso, se enorgullecen de su pelea contra esta lengua hermosa e inocente, como todas las lenguas. Yo quiero que mi entrañable lengua asturiana sea querida, o al menos respetada, que sea estudiada, o al menos conocida, que sea utilizada, o al menos escuchada, porque mi querida lengua asturiana es compatible con todas las lenguas de la tierra. Quiero poder decir libremente, sin que se me descalifique o se me insulte que toi anoxáu, que me fai rebulginos nel alma tanta desconocencia, que me duel muncho el celebru, que aterezco de frío y de pena, que me manquen les persones que renieguen de la memoria del so pueblu. Ellos son más y por eso creen que tienen la razón. Pero yo sé que no la tienen y que no son buenos y que no son sabios y que no son justos. Toi convencíu.
Mi admiración y mi agradecimiento a todos los escritores que a lo largo de los años,
y contra vientos adversos y mareas del diablo, decidieron expresarse en la lengua asturiana,
cuidándola, sosteniéndola y haciéndola hermosa y grande.
Fonte: El Comercio

3 comentarios:

  1. El Rexistru d'Asociaciones pon torgues al usu del bable

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  2. El senyor Fulgencio no veu una cosa.

    Després de tots els esforços, després de totes les hores que va gastar aquell mestre (gallec per a més vergonya), després de tots els càstigs, el que menys poden acceptar és que el senyor Fulgencio encara pretengui recuperar per a l'asturià el lloc que li pertoca entre les llengües mundials.

    Ells que es pensaven que ja ho havien aconseguit després de tanta insistència i ara, surt un tal Fulgencio i vol malbaratar tots aquests anys de repressió.

    Bromes a banda, us asseguro que és el que menys poden acceptar.

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